capa de ozono
Hace un siglo, ingenieros de General Motors y Du Pont crearon un gas inerte al que llamaron freon. Se trataba del primer clorofluorocarburo (CFC) y permitió la democratización de los frigoríficos primero en Estados Unidos y después en el resto del mundo. Tras la II Guerra Mundial, su seguridad y, por entonces, ausencia de toxicidad provocaron la llegada del aire acondicionado a edificios y coches y, como propelente, a todo tipo de botes y envases. Pero, en 1974 el mexicano Mario Molina demostró cómo una sustancia química inocua para los seres vivos podría acabar con la vida: al interaccionar con la radiación solar en las partes altas de la atmósfera, los CFC estaban abriendo un agujero en la capa de ozono. Ahora, un estudio muestra cómo químicos de uso generalizado degeneran en compuestos más persistentes, bioasimilables y probablemente tóxicos.
A Molina, aquel descubrimiento le hizo merecer el Nobel de química de 1995.
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